Quiero que sepas, que tomes consciencia de cómo el miedo se ha instalado en nuestra sociedad. Se normalizan mascarillas, guantes, geles, mamparas y distancias, todo bien justificado por el bien común y la salud publica. Los ciudadanos nos convertimos en agentes del nuevo orden, capaces de recriminar a nuestros conciudadanos o denunciarlos. La ley nos ampara y el temor nos atenaza. El muy humano poder ha desarrollado una sutil simbiosis entre estos dos elementos. Se crea el problema (o, en su defecto, se aprovecha su “accidental” creación) que alimenta el miedo y proporciona la solución: control de la población y sumisión total ante el falso salvador, medios de comunicación mediante. ¿Significa esto que existe un perverso plan ideado por algunos en la sombra? Es posible, aunque parece más probable que, simplemente, la condición humana actual de alejamiento de los Principios que fundamentan su verdadera naturaleza, en el devenir de los tiempos, haya alcanzado un grado de olvido de sí que facilite pasiones y temores como los presentes. Plutocracia y egoísmos corporativos, desgobiernos y oposiciones que fluctúan al albur de opiniones públicas “qual piuma al vento”, mercadociencia, farmaconomía y manidas ideologías: capitalismo y comunismo en alianza perpetua, pues su antagonismo solo es aparente, ya que beben de la misma fuente, una visión limitada y limitadora del ser humano. Sin olvidar otros “ismos” (seguramente podrás deducirlos) que se pretenden antisistema, siendo extremadamente sistémicos.
Antiguamente, la enfermedad y, llegado el caso, la epidemia, era entendida y combatida de muy distinta manera. Muchos dirán que hemos progresado, avanzado como especie, evolucionado. Otros creemos que el proceso es a la inversa, asunto que excede con mucho esta breve reflexión. En cualquier caso, no hace tanto, lo que se entendía como habituales modos de inmunización (que implicaban una natural exposición a la vida, sin obsesivas profilaxis) nos hacía más fuertes y confiados. Por supuesto, tal actitud no garantizaba la eternidad en este mundo, pero sí ofrecía una manera de vivirlo con más dignidad y apertura. Y si hablamos de la muerte, algo que formaba parte del sentido de la vida y que hoy se ha convertido en asunto a marginar (los entierros, cuanto más breves y menos religiosos mejor), del temor reverencial y respeto que inspiraba se ha pasado al terror y olvido activo, en vez de aceptación natural del conveniente proceso que esta existencia conlleva, como paso a otras, para quienes así lo creemos. Abortos y eutanasias no tienen nada que ver con la palabra muerte, por supuesto. ¿Suicidios? Entre 3500 y 4000 al año en España, según cifras oficiales que suelen omitir los incontables casos no reconocidos, o reconocibles, cuestión de la que poco oirás hablar en tertulias del monopolio mediático.
¿Aún más? El atentado a la dignidad humana que supone el coartar derechos individuales, vínculos fundamentales que nutren la condición humana, relaciones familiares y sociales que el confinamiento limita y que constituyen savia individual y social. El hombre sin raíces (familia, tribu o comunidad) deja de ser hombre para convertirse en una parodia de sí mismo, una marioneta al antojo de sus caprichos y de quienes interesadamente juegan con ellos, o un zombie adormecido por las pantallas de alta definición. Se avecinan oleadas de “hikikomoris” a la occidental.
Cuando el miedo reina, las más bajas pasiones acechan. Manipuladores y manipulados son presa de la misma trampa: la ignorancia de Sí Mismos, la realidad esencial de su ser. Y en este asunto, un instrumento destaca: internet, la red de una telaraña gigantesca tejida con los hilos de la tecnolatría, que ha creado la ilusión del conocimiento, la terrible confusión que obnubila a la humanidad, cegada por la información, los datos y las imágenes. Inteligencia artificial que no es inteligente, pues nada tiene que ver con el “intus legit”, lectura interior que únicamente un ser humano podría realizar, y que se pretende sea panacea salvífica. Realidad virtual que es parodia de la vida, prisionera del lenguaje informático y que nunca podrá aproximarse al conjunto de posibilidades que la real realidad ofrece. ¿Es ese el objetivo? ¿Conducir a las gentes a la adoración del dorado becerro tecnológico? Distanciamiento social, proximidad digital, teletrabajo, turismo virtual, experiencias 3D, avatares, sustitutos en la nube, juego, pornografía y todo lo imaginable en un mundo hecho a la medida del escaso horizonte intelectual que lo domina. Conducidos al matadero de nuestras conciencias y consciencias, aplaudimos a nuestros carceleros, prisioneros a su vez de las mismas falacias.
¿Solución? Algunos dirán: revolución. Otros, quizás algo más viejos, pensamos que eso solamente sustituiría unas tiranías por otras aún más nefastas. La única revolución efectiva es la interior, una verdadera re-vuelta, un volver a Uno Mismo (lo que trasciende la mera individualidad), con la ayuda de aquellos que siguieron ese olvidado camino. Maestros del Ser, guías de auténticas Tradiciones Espirituales (que no vacías costumbres o invenciones new age), transmisores de un Conocimiento por ellos mismos realizado y, por lo tanto, capaces de ejemplificarlo, mostrarlo e insuflarlo en nuestros corazones. Quizás la lectura de alguno de ellos te ayude (a falta de un contacto directo) a encontrar esa chispa interior que habita en ti. Puede que algunos ejemplos te orienten en ese sentido: Lao Tse o Chuang Tzu (Taoismo), Shankaracharya o Ramana Maharshi (Hinduismo), Dogen o Bodhidharma (Budismo), Moisés de León o Isaac Luria (Judaísmo), Ibn ‘Arabí o Yaladuddin Rumi (Islam), Maister Eckhart o San Bernardo de Claraval (Cristianismo), y tantos otros a los que estaremos eternamente agradecidos.
Esperando no haber sido inoportuno, pretencioso o innecesariamente amonestador, ruego me disculpes si te he incomodado, deseándote lo mejor y enviándote un fraternal abrazo en estos tiempos de confusión en los que, afortunadamente, también se esconde el secreto de su iluminación.
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