INSTITUT D’ESTUDIS SUFÍS: Los poetas de la Alhambra

Los poetas de la Alhambra

Halil Bárcena

El deseo de todo escritor de verdad es ver su obra editada algún día. Un hombre de letras anhela eso, publicar y ser leído. Nadie enciende una vela, se dice, para esconderla debajo de la cama. Gracias a internet y las nuevas tecnologías han aparecido nuevas formas de edición, alternativas al clásico libro impreso, de modo que darse a conocer hoy como escritor parece ser, en principio, más fácil que en tiempos pretéritos. Sin embargo, el caso que queremos reseñar aquí, ciertamente único y extraordinario, es el de aquellos poetas de la Granada nazarí, último bastión del islam andalusí, inmortalizados a través de los muros caligrafiados de la Alhambra, una de las joyas de la arquitectura islámica de todos los tiempos, convertida en verdadero libro abierto de la poesía hispano-musulmana. De hecho, la Alhambra es el monumento arquitectónico islámico que más inscripciones de todo tipo contiene.

Pocos poetas en la historia han tenido el privilegio de ver inmortalizada su obra en los muros de un monumento de la importancia de la Alhambra de Granada, como es el caso de Ibn al-Cayyâb (1274-1349), Ibn al-Hatîb (1313-1374) e Ibn al-Zamrak (1333-1393), que representan el momento más esplendoroso de la poesía epigráfica de la Alhambra. En ella hallamos caligrafiada de forma omnipresente el lema dinástico nazarí, wa lâ gâlib il·lâ Al·lâh (No hay más vencedor que Al·lâh), distintas expresiones regias laudatorias que recuerdan a los diferentes sultanes constructores, así como inscripciones votivas, de uno o dos vocablos a lo sumo, jaculatorias de alabanza y mención de Dios, sus atributos y dones, fórmulas piadosas en honor del profeta Muhammad y un buen puñado de aleyas coránicas.

Sin embargo, lo más singular de entre los distintos tipos de inscripciones del conjunto monumental de la Alhambra es la treintena de poemas, casi la mitad de todos los que se grabaron en ella, que han permanecido en sus muros, arrocabes y fuentes hasta nuestros días, desafiando todas las vicisitudes de la historia. Grabados en distintos materiales (mayoritariamente yeso, pero también madera y mármol) y caligrafiados en dos estilos, fundamentalmente, el cúfico, de carácter más bien rectilíneo, anguloso y sobrio, y el llamado sulusandalusí, que es una de las formas caligráficas propias de la cursiva árabe, tal como se dio en Al-Ándalus.

Como afirma el arabista granadino José Miguel Puerta Vílchez, uno de los mayores estudiosos del edificio nazarí, “la Alhambra contiene la mayor colección de poesía mural árabe clásica conocida (…), lo que le confiere una singularidad mayor todavía a este monumento”[1]. Efectivamente, la Alhambra es mucho más que un simple palacio islámico gracias, precisamente, a dicha poesía mural, cuyo interés estético, literario y cultural es inestimable, ya que, dado su carácter áulico e histórico, ofrecen no poca información acerca de los diferentes soberanos musulmanes que ocuparon el edificio y las realizaciones arquitectónicas que llevaron a cabo en el transcurso del tiempo, así como de distintos acontecimientos históricos de la época. En definitiva, la Alhambra también es un libro abierto de poesía e historia que precisa ser leído, es la voz eterna de la Alhambra.

Los poemas de la Alhambra fueron compuestos por los tres responsables de la llamada Secretaría de Redacción (Dīvān al-Nišā’), instituida por Muhammad II (1273-1302). Se trata de los tres poetas ya antes citados, algo insólito, sin duda, en el marco del arte islámico que, en la mayoría de los casos, se desarrolla a partir del anonimato. El primer poeta fue fue Ibn al-Cayyâb (1274-1349), adepto al sufismo, a pesar de la actitud hostil de los jurisconsultos malikíes hacia éste, y excelente cultivador del género poético llamado fahr, caracterizado por el orgullo personal y la autoestima. Le siguió su discípulo Ibn al-Hatîb (1313-1374), célebre historiador, médico, filósofo y, por supuesto, poeta, uno de los mayores eruditos de la historia de Al-Ándalus.

Por último, tenemos a Ibn Zamrak (1333-1393), el poeta de la Alhambra por excelencia, según lo denominó el arabista Emilio García Gómez, su principal traductor al español y uno de sus máximos expertos[2]. Se ha de decir al respecto que Ibn Zamrak fue el único gran poeta andalusí que vio en vida la Alhambra concluida y pudo, por lo tanto, disfrutar de ella. Con Ibn Zamrak, que ocupó también importantes cargos políticos, la poesía andalusí aplicada a la arquitectura alcanzó su máximo apogeo. Sus elaboradas y excepcionales casidas superan con creces al resto de poetas de la Alhambra. Así lo reconocieron sus propios contemporáneos. Como afirma García Gómez, desde un punto de vista estrictamente formal, “no cabe sino admirar su absoluta perfección gramatical”[3]. En efecto, Ibn Zamrak utiliza y despliega todos los recursos propios de la lengua árabe con la gracia y la desenvoltura de quien los conoce en profundidad.

Suyos son los siguientes versos, un canto exaltado a la belleza de la Alhambra; versos que forman parte del epígrafe que decora la Sala de Dos Hermanas del palacio nazarí, la inscripción más larga y a decir de muchos, García Gómez entre ellos, la más hermosa de todos los textos poéticos de la Alhambra:

“Jardín yo soy que la belleza adorna (…).

Jamás vimos alcázar más excelso,

de contornos más claros y espaciosos.

Jamás vimos jardín más floreciente,

De cosecha más dulce y más aroma”[4].

Digamos, para acabar, que la poesía epigráfica de la Alhambra que acabamos de presentar en estas líneas no solamente desempeña una función ornamental, no es un mero alarde estético, como a veces se ha pensado y aún se piensa en algunos ámbitos. Como bien apunta el arabista granadino Emilio de Santiago[5], que ha dedicado buena parte de su vida al estudio del palacio nazarí, en los poemas de la Alhambra, en el rico simbolismo que presentan y en su maridaje con los distintos espacios arquitectónicos y sus juegos de luces y sombras, hay algo así como un intento desesperado por eternizar el poder de la palabra y su capacidad para mostrar la esencia secreta de las cosas. Al fin y al cabo, esa es la función primera y última de todo arte, revelar la naturaleza real de las cosas, no copiar su apariencia.

(Traducción al turco a cargo de Nesrin Karavar).

(Artículo publicado en turco en la revista turca de literatura Yedi Iklim, junio 2016).

Notas:

[1] José Miguel Puerta Vílchez, Leer la Alhambra. Guía visual del monumento a través de sus inscripciones, Patronato de la Alhambra y el Generalife, Granada, 2011, p. 15.

[2] Emilio García Gómez, Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, 2006.

[3] Ibídem, p. 93-94.

[4] Emilio García Gómez, op. cit., pp. 144 y 147.

[5] Emilio de Santiago, La voz de la alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, Granada, 2009, p. 27.

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El Ático 63: Pétalos de Música

Despedimos el mes de mayo en El Ático de Clásica FM con música y flores. Entrevistamos a Alberto Zurrón sobre su libro Historia Insólita de la Música Clásica, nos visita Clara Sánchez con Clarificando, Miguel Rodríguez con Música Prestada y Fernando Lázaro con La Hora Ricercata.

Además, la actualidad viene cargada como siempre: La salvación de la ROSS, los nuevos títulos superiores de jazz y música moderna en Madrid, la polémica zarzuela Cómo está Madriz! y el nuevo local para disfrutar distendidamente de la música clásica: el Café Berlín.

Pétalos con música de Schumann, Delibes y Schubert en el magazine de Clásica FM, con Mario Mora y Ana Laura Iglesias.

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MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Transpersonal

Revista MENADEL PSICOLOGÍA Clínica y Transpersonal Tradicional (Pneumatología) ★ May 31, 2016 at 09:32PM

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Al-Simsimah: Luc Benoist – L’Oeuvre de René Guénon

Article de présentation écrit par Luc Benoist pour « La Nouvelle revue Française » en 1943

Un Français vit depuis des années en Orient et il ne se distingue pas en apparence de la foule des musulmans qu’il coudoie. Pourtant cet inconnu recevait avant la guerre un courrier d’ambassadeur. De tous les coins du monde, des continents les plus anciens et les plus nouveaux, de l’Inde et de l’Amérique, des hommes soucieux des plus hautes questions sollicitaient de sa part un avis ou un éclaircissement. Ce Français a fait paraître, entre 1921 et 1932, une d’ouvrages. Des traducteurs italiens et anglais, des penseurs allemands lui ont consacré des études où ils reconnaissent en sa personne le centre d’une « France inconnue ». Cependant, chez nous, qui connaît René Guénon, sauf ceux qui le plagient, le craignent ou le haïssent et par conséquent se taisent?

Personne sans doute ne s’étonnera d’une aussi banale aventure, celle d’un initiateur de haute classe méconnu dans le pays qui fut sien, personne, sinon les naïfs qui croient à la spontanéité des modes et à la gratuité des réputations, même quand il s’agit de modes de l’esprit ou de réputations intellectuelles. A des yeux avertis le monde qui vient de périr n’apparaissait pas moins camouflé ou truqué que la Suisse de Tartarin. S’il existait à cet égard des différences entre les peuples, il ne s’agissait que de degrés dans la suggestion subie.

Qu’apportent donc les ouvrages de René Guénon pour avoir suscité tant de multiples et ferventes admirations à côté d’hostilités si tenaces? Chacun de nous comprend que la crise actuelle, d’allure apocalyptique, ébranle les fondements mêmes de notre civilisation. Pour la conjurer, les remèdes empiriques se montrent ridiculement illusoires. Les idées que nous ont léguées la Renaissance, la Réforme et la Révolution, idées sur lesquelles bon gré mal gré nous avons vécu, ont abouti à une faillite d’autant plus grave que nous étions moins préparés à la chute. Toutes les civilisations passées ont duré des millénaires. La nôtre est essoufflée au bout de cinq siècles.

Cette tragédie et cette angoisse se manifestent clairement dans ce qu’on a pu appeler « le grand silence de l’intelligence ».

Un esprit contemporain est accablé par une masse tellement énorme de notions, d’hypothèses et d’expériences contradictoires, que le rôle véritable l’intelligençe, c’est à-dire l’organisation harmonieuse et la digestion utile du savoir s’avèrent de plus en plus difficiles.

Or le point de vue central et synthétique celui qui comprend tout sans rien supprimer, qui permet l’économie de la mémoire et de l’effort, qui aide l’invention et la découverte, qui facilite la liaison entre les disciplines les plus étrangères, enfin le point de vue des principes unissent les idées et les hommes, nul plus que René Guénon n’en a fait le thème de ses écrits. A cette idée de centre est intimement liée l’idée de germe. Le germe est le centre efficace par excellence, celui qui contient déjà dans sa mystérieuse complexité tous ses développements ultérieurs. L’idée de germe emporte avec elle l’idée de liaison avec son origine, donc celle de tradition.

De même que le maintien de la santé se base sur la connaissance de la physiologie et que la physiologie s’explique par l’hérédité, l’homme moderne doit comprendre qu’il incarne son propre passé et qu’il ne peut durer en contradiction avec lui. Il ne guérira qu’en revenant à ses origines, à l’élément profond qui seul peut lui permettre d’échapper aux incertitudes qui l’oppressent et aux catastrophes qu’il subit.

La connaissance traditionnelle des principes un bien. commun de l’humanité, dépôt bien antérieur à l’histoire et qui s’est ensuite épanoui dans les formes les plus hautes et les plus parfaites de la période historique. En l’ignorant on commence par ignorer le vrai visage de ces civilisations anciennes et l’on. s interdit pour soi-même le retour à cet état primordial d’où tout découle et qui réserve à celui qui peut y parvenir l’inépuisable richesse de ses possibilités.

On comprend pourquoi René Guénon s’est trouvé obligatoirement orienté vers la pensée asiatique traditionnelle, même si, en certaines de ses parties, elle semble s’être occidentalisée en surface, beaucoup plus pour nous répondre et nous combattre que pour nous imiter. Dans cette « orientation » il n’y a pas une querelle de points cardinaux ou une question de longitude. La vérité ne commence pas d’exister au moment où elle passe à tel ou tel méridien. Mais de même que pour éclairer un fait historique, on recueille le témoignage de ceux qui l’ont vu ou qui transmettent intact le récit de ceux qui l’ont vu, on doit s’initier à la connaissance auprès de ceux qui l’ont conservée comme le plus précieux des héritages.

Cette connaissance des principes, l’Occident la possédait jadis. Elle s’appelait la métaphysique, d’un mot qui signifie «au delà de la physique », c’est-à-dire, comme nous l’écririons aujourd’hui, « au delà de la nature ». Cette connaissance est en effet le domaine du surnaturel et on ne peut l’atteindre que par l’intuition immédiate de l’intellect transcendant, qui n’est pas une faculté individuelle mais universelle comme l’objet même qu’elle prétend saisir. Si l’on doute de la réalité d’une telle prétention, il suffit d’essayer soi même de l’atteindre pour s’en convaincre, puisqu’il existe dans toute certitude, même « mathématique », quelque chose d’incommunicable. L’idée de tradition, nous dira-t-on, est une vieille lune, Sans doute et le souci de nouveauté est le dernier qui aurait pu effleurer. l’esprit de René Guénon. Il ne se soucie que de vérité. Il ne faudrait d’ailleurs pas confondre la tradition vraie avec ses caricatures humaines qui servent tellement bien à camoufler les ignorances et les convoitises. Il s’agit exclusivement ici de la tradition intégrale et primordiale que tous les hommes à leur apparition sur cette terre ont reçue en dépôt avec la vie et qui chez nous, en Occident, a été refoulée jusqu’à être totalement méconnue.

Le caractère capital qui distingue René Guénon des autres « prophètes du passé », c’est sa méthode, « Chez lui, nous dit Léopold Ziegler , c’est une conviction. inébranlable que la tradition intégrale ne sera jamais saisie par les instruments habituels de la science. Il n’y a aucun résultat décisif à attendre ni de la bêche de l’archéologue, ni des documents de l’historien, ni des symboles du mythographe, ni des manuscrits du philologue, ni des enquêtes de l’ethnographe, ni de la « réminiscence ancestrale» du philosophe. Sans doute on ne peut se passer tout à fait d’un appareil scientifique de ce genre ou de tout autre analogue., Mais celui-là seul avancera avec sûreté qui aura pu obtenir un rattachement direct à la tradition intégrale là où elle est encore vivante..» Il ne s’agit pas en effet d’une connaissance théorique et abstraite, qui est toujours indirecte et symbolique, mais d’une réalisation ,d’une prise de contact réelle, d’une identification par la connaissance, attitude qui est aujourd’hui, en Occident, totalement ignorée. Ceux qui savent un peu de quoi il s’agit ne doivent pas s’étonner que les moyens mis en oeuvre pour cette réalisation – mots, rites ou symboles – n’aient pas de mesure commune avec la fin visée. Ces moyens ne constituent que des supports pour l’obtention d’un résultat qui les dépasse infiniment et qui n’est nullement leur conséquence. Ils ne sont d’ailleurs pas obligatoires. Ils ne font que faciliter un travail qui peut être obtenu d’autres façons. En exposant dans ses ouvrages la nature et la portée de la connaissance ainsi déterminée, René Guénon a illuminé comme on ne l’avait pas fait auparavant, les problèmes capitaux qui se posent à notre époque et il permet de les résoudre de la façon la plus claire. Les plus difficiles de ses lecteurs ont l’agréable et reposante certitude de « survoler » les différents antagonismes qui déchirent les esprits d’aujourd’hui. Pour beaucoup d’hommes ses livres furent les messagers du bonheur, du moins pour ceux dont le bonheur commence au moment où ils ont pu comprendre. Ils purent connaître l’accord des idées avec la vie, le calme exaltant, la sérénité libératrice qui dilate, si l’on peut dire, le moi à la mesure du Soi-même, efface toute inquiétude et fait atteindre à l’esprit un degré supérieur, d’où il ne peut plus redescendre.

L’oeuvre de René Guénon se divise naturellement, en quatre parts.

La première pourrait comporter le Théosophisme, histoire d’une pseudo-religion, et l’Erreur Spirite, car avant d’exposer les authentiques formes de la tradition, il fallait accomplir la nécessaire et déplaisante besogne d’exécuter leurs contrefaçons modernes. René Guénon l’a fait d’une manière telle que personne n’a valablement répondu à ses réquisitoires. La seconde comprendrait les ouvrages les plus accessibles, ceux où il expose les raisons du désordre actuel et les conditions du redressement Orient et Occident, la Crise du Monde moderne, Autorité spirituelle et Pouvoir temporel, qui sont, a dit Léopold Ziegler, « les écrits les plus profonds et les plus savants qui traitent de l’homme dans la crise ». Une troisième parti comprendrait les ouvrages où Guénon a montré que l’Occident a jadis possédé une tradition authentique, d’ailleurs cachée, analogue à celle qui subsiste en Orient, l’Ésotérisme de Dante,Saint Bernard et le Roi du Monde. En ces oeuvre s’impose la dominante de sa pensée, la communauté d’origine des traditions initiatiques et religieuses de l’humanité et par suite l’existence d’une tradition primitive, source unique où est venue s’alimenter au cours des âges la vie spirituelle des hommes. Enfin la quatrième série d’ouvrages, la plus positive et la plus riche, expose avec une clarté qu’on avait attendue vainement des orientalistes officiels la véritable métaphysique orientale sous ses divers aspects -. Introduction générale à l’étude des Doctrines hindoues, l’Homme et son Devenir selon le Vedanta, le Symbolisme de la Croix et les États multiples de l’Être. Dans une vue d’ensemble qui embrasse avec une science égale les livres sacrés de la Chine et de l’Inde, de l’Égypte et du moyen âge, de l’Islam et d’Israël, René Guénon nous fait pénétrer avec une profondeur, une précision et une facilité également étonnantes au coeur des plus hauts problèmes qui se soient posés de tous les temps et les résout avec une parfaite aisance. Ces problèmes et ces esprits n’apparaissent plus comme de mystérieux arcanes réservés à des spécialistes, plus érudits que compréhensifs, mais ils vivent d’une vie actuelle et éternelle. Et pourtant, dirais-je à l’étonnement du lecteur que le scepticisme doit envahir, René Guénon n’est rien moins qu’un prophète ou qu’un génie au sens littéraire, romantique et actuel du mot.

Le domaine, qui est le sien, peut s’ouvrir à l’esprit du mendiant illettré plus facilement peut-être, qu’à celui d’un membre de l’Institut. La valeur suréminente de l’oeuvre dont je parle vient par-dessus tout de ce fait qu’elle est absolument et totalement indépendante de l’individualité de son auteur. Une description de sa personne, un résumé de sa vie ne pourraient que combler une curiosité sans rapports avec la véritable compréhension de son oeuvre. L’individualité d’un romancier, d’un poète ou d’un philosophe rend leurs ouvrages plus humains et plus proches. Mais quand il s’agit de tradition primordiale, pour laquelle l’homme n’est qu’un anneau de la chaîne, celui-ci ne peut que témoigner et transmettre, comme un des dix mille êtres anonymes qui témoignent et transmettent la vie.

L’individualisme effréné qui est la plaie de l’Occident nous a rendus quasi incapables de comprendre une telle position. L’oeuvre originale et solitaire, l’oeuvre personnelle et unique entraînent automatiquement notre admiration quelle que soit sa valeur de vérité. Or, dans l’oeuvre qui nous occupe, ce n’est pas un individu, de quelque niveau qu’il soit, qui nous parle, c’est l’humanité qui nous instruit sur des faits éternels immémorialement plus anciens que toute l’histoire connue. Elle nous apporte sur elle même son propre témoignage.

II nous faut, maintenant exposer ce qui nous parait le caractère urgente son apport. S’il ne s’agissait que de « tradition primordiale» et de rattachement effectif à cette tradition, la doctrine catholique aurait tous les titres pour proclamer sa légitimité réelle et sa possession de fait, dans un Occident où les autres formes traditionnelles non religieuses ne possèdent plus qu’une existence virtuelle. Certes, René Guénon reconnaît parfaitement la vérité du Christianisme. Il met seulement en doute la compréhension complète des chrétiens actuels à l’égard de leur propre doctrine et relève discrètement, comme conséquence, leur prétention à la possession exclusive de la vérité. La différence qui, existe entre les deux positions est d’ailleurs fatale et légitime. Le dogme religieux se place du côté exotérique et Guénon du côté de l’ésotérisme. Historiquement; il ne dépasse pas l’ontologie, ni la «personnalité » de l’être divin, comme le fait Guénon d’accord avec l’Inde. Donc le but principal, essentiel de toute réalisation métaphysique, la « délivrance », est ignoré du catholique qui ne connaît qu’un «salut» de l’âme ne dépassant pas la zone du psychique. Tout se tient et le point de vue exotérique implique les deux autres limitations. Pour être accessible à tous, on ne doit pas dépasser le point de vue de la personne et par cela même on ne peut atteindre la délivrance.

« Dans les civilisations où, nous dit Guénon, une sorte de coupure s’est établie entre deux ordres d’enseignement se superposant sans jamais s’opposer, l’ « exotérisme » appelle l’ « ésotérisme» comme son complément nécessaire. Lorsque cet « ésotérisme » est méconnu, la civilisation, n’étant plus rattachée directement aux principes supérieurs par aucun. lien effectif, ne tarde pas à perdre tout caractère traditionnel, car les éléments de cet ordre qui y subsistent encore sont comparables à un corps que l’esprit aurait abandonné, et par suite, impuissants désormais à constituer quelque chose de plus qu’une sorte de formalisme vide ; c’est là, très exactement, ce qui est arrivé au monde occidental moderne.». René Guénon nous invite à une compréhension plus profonde d’une vérité qui est nôtre. Quelques uns l’ont éprouvé. Nous avons connu des religieux et des prêtres pour qui ses livres ont été une révélation, des laïques indifférents que sa pensée a convertis. Cette aventure est d’autant plus possible qu’il ne s’agit, au fond, dans ses ouvrages, ni de religion, ni de philosophie, ni de mystique. Il s’agit dans leur partie centrale et originale de quelque chose, qui unit la certitude de la présence réelle et celle de la vérité mathématique il s’agit de la connaissance pure, accessible à toute intelligence apte à la concevoir, et qui se présente au lecteur avec mesure, logique et simplicité, aussi irrésistible que l’évidence.

J’ignore certes quel sera le destin historique de René Guénon Ce que je sais, c’est qu’il a rétabli l’universalité de la connaissance. Il a effacé cinq siècles de séparatisme. Son oeuvre est, au point de vue de la pensée oecuménique, le fait le plus important qui se soit produit depuis le XVI siècle.

LUC BENOIST.

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Mi Música Clásica: V. A. – Cantus – Christian-Pierre La Marca (2016)

Les Ambassadeurs
Christian-Pierre La Marca, cello
Thierry Escaich, organ
Alexis Kossenko, conductor
Release Date: February 26, 2016
Label: Sony Classical
Total Length: 1:09:00
ASIN: B01BIMCD30
Format audio: mp3 + m3u
Audio Quality: Very High (lossy)
Bit Rate: Constante Bit Rate 320 kbps
Size:159 MB
Contenido del CD:
01] Bach – Magnificat en mi bémol majeur, BWV 243a: «Deposuit potentes»
02] Faure – Requiem en ré mineur, Op. 48: «Pie Jesu»
03] Bach – Passion selon Saint-Matthieu, BWV 244: «Erbarme dich, mein Gott»
04] Tavener – Funeral Ikos
05] Bach – Magnificat en ré majeur, BWV 243: «Et Misericordia»
06] Barber – Agnus Dei pour choeur et l’Adagio du quatuor, Op. 11: «Agnus Dei» (Arr. for Cello and Strings Quintet)
07] Pergolesi – Stabat Mater, P. 77: «Stabat Mater dolorosa»
08] Franck – Mass, Op. 12: V. Panis Angelicus
09] Vivaldi – Stabat Mater, RV 621: «Eia Mater, fons amoris»
10] Piazzolla – Ave Maria
11] Vivaldi – Stabat Mater, RV 621: «Stabat Mater dolorosa»
12] Mozart – Ave Verum Corpus, K. 618
13] Bach – Choral Prelude, BWV 639: «Ich ruf’ zu dir, Herr Jesu Christ»
14] Handel – Dixit Dominus, HWV 232: «De torrente in via bibet»
15] Saint-Saens – Prière, Op. 158
16] Allegri – Miserere Mei Deus
17] Escaich – Enluminures
Cantus, el nuevo álbum del joven maestro del violonchelo Christian-Pierre La Marca, es una traslación de famosas piezas sacras a la voz cálida y lírica de ese instrumento, cuyo tono es sin duda uno de los más cercanos al canto. Las palabras de Magnificat, Requiem, Stabat Mater o Ave Maria se reinventan para revelar el desarrollo de la emoción musical que despierta la curva melódica y la sutileza de los variados acompañamientos musicales (órgano, viola, tiorba, voz…) que apoyan y refuerzan la expresividad de la voz cantada.
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ROBOTS PERIODISTAS: EL FUTURO DE LOS MEDIOS CORPORATIVOS YA HA LLEGADO

Los principales medios de comunicación de masas o medios corporativos, están iniciando movimientos para reemplazar a sus periodistas humanos por robots o “periodismo automatizado” para redactar las noticias. El objetivo de estos medios corporativos es reemplazar poco a poco los periodistas tradicionales por robots que pueden redactar el doble de cantidad de historias y noticias […]

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INSTITUT D’ESTUDIS SUFÍS: La fe del amor, según Rûmî

La fe del amor

«Y como merece la fe del amor

en ti el mundo vemos y a ti no te vemos».

(Mawlânâ Rûmî, Rubayat, Alianza Editorial, Madrid, 2015, p. 105.

Traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí).

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La vache cosmique: Comme l’arbre dans sa graine

«… je me tourne vers ce haut et grand noyer dont je cherche à voir le principe. Et je vois, par l’oeil des sens, que c’est un grand arbre, étendu, coloré, orné de branches, de feuilles et de noix. Puis je vois, avec les yeux de la pensée, que cet arbre fut d’abord en germe, non pas comme je l’observe ici, mais en puissance. Avec attention, je remarque la puissance admirable de ce germe qui a contenu l’arbre tout entier, toutes les noix avec toutes leur force germinative et tous les arbres contenus en puissance dans le germe des noix.»

Nicolas de Cues, Le Tableau, VII, trad. A. Minazzoli, p. 43

«De même que (ce) grand arbre

est en puissance (shakti)

dans la graine du figuier,

de même, ce monde vivant et inerte

est (en puissance)

dans le germe du Cœur.»

Le tantra de la Souveraine de la Triade (Parâtrîshikâ, 24)

Le «germe du Cœur» est le mantra sauh qui exprime la conscience absolue (bhairava, anuttara), qui intègre en elle-même unité et dualité.

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Estrellas y gas de la nebulosa del Pollo Corredor | Imagen astronomía diaria – Observatorio

Para algunos, parece un pollo gigante que corre por el cielo; para otros, una nebulosa gaseosa donde se forman estrellas. La nebulosa del Pollo Corredor, catalogada como IC 2944, abarca unos 100 años luz y se encuentra a unos 6.000 años luz de distancia en la constelación del Centauro (Centaurus). La fotografía, que se muestra con los colores asignados científicamente, se hizo recientemente con una exposición de 11 horas desde el patio de una casa cerca de Melbourne ( Australia ). Se ve dos cúmulos estelares : el cúmulo de la Perla en el extremo izquierdo y el Collinder 249 incrustado en el gas brillante de la nebulosa. Aunque son difíciles de encontrar, dentro de la nebulosa hay varias nubes moleculares oscuras con diferentes formas.

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Personas con las cuales no asociarse

AN 10,199-210 Aparapuggala Vagga – Otro capítulo sobre las personas. Monjes, uno no debería estar asociado con una persona que posee diez características. Y, ¿cuáles son esas diez?

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